Esta mañana cayó Cecilia.
Lloro en silencio. Veo su cara joven, sonriente, tranquila.
Nunca la vi de mal humor , nunca percibí en ella un mal modo, ni un tono alto en su hablar. Siempre la creí conforme con la vida, sin tener nada que reclamarle.
Recuerdo su sonrisa. Me penetra el alma.
Hablar de su muerte, de los recuerdos, de cuánto la queremos es sacrílego. El silencio es más que elocuente.
Digo cayó porque muchas veces tengo esta mirada sobre la vida y la muerte. Así también las he soñado muchas veces.
En mi recurrente sueño, soy uno más en un batallón de soldados, uniformados y armados al estilo de principios de los 1800 que marchamos hacia el enemigo. Mientras algunos camaradas caen a mi lado, siento el sonido de las balas.
Es mi deber seguir adelante.
Me despierto agitada cuando siento que un calor intenso quema mi pecho y me doy cuenta que fue mi turno.
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